En una desolada infancia me enseñaron los religiosos que Jesús murió por nuestros pecados, de seguro que lo creí, en homenaje a la verdad lo sigo creyendo. Como creer que mi otro yo piensa y siente – habita entre la hiel y el dolor – de increparme; Si Jesús murió por nuestros pecados, un vil hombre como “yo” por cual pecado e de morir, si tantos pecados eh cometido matando una y otra vez a Jesús. Seguramente no tengo el perdón de su Padre. Como tal Padre Ama a su Hijo – mucho más si es unigénito – y como muchos persiguen a la santa biblia como si fuese un Manual, es que solamente por amar; Jesús se hizo carne en un hombre con pecado, se rehusó y lo dejo sólo, que habite con sus pensamientos, con su verdad, bebiendo la hiel y compartiendo el bendito pan, que ya no es la vida, que cambio de nombre y ahora se llama Dolor. Perfectamente por qué eres AMOR ……………….. Creo en Ti, pero es distinta mi experiencia, mi arte no reposa en alabarte todos los días, además tu ausencia ahora, me produce dolores en el cuerpo (no diría en que me castigas), pensé que era una enfermedad pero no, son mis signos a estar perpetuo al dolor mientras tu te deleitas dando paz por el mio ( lo reconozco y me hace feliz). …………… No tengo cabellos, tengo la misma corona de espinas que te colocaron.......... Como perdonaste, perdóname que a mi también me ah tentado la muerte.......
Digamos que te alejas definitivamente
hacia el pozo de olvido que prefieres,
pero la mejor parte de tu espacio,
en realidad la única constante de tu espacio,
quedará para siempre en mí, doliente,
persuadida, frustrada, silenciosa,
quedará en mí tu corazón inerte y sustancial,
tu corazón de una promesa única
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.
Después de ese dolor redondo y eficaz,
pacientemente agrio, de invencible ternura,
ya no importa que use tu insoportable ausencia
ni que me atreva a preguntar si cabes
como siempre en una palabra.
Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche
desgarrándome idéntica a las otras
que repetí buscándote, rodeándote.
Hay solamente un eco irremediable
de mi voz como niño, esa que no sabía.
Ahora qué miedo inútil, qué vergüenza
no tener oración para morder,
no tener fe para clavar uñas,
no tener nada más que la noche,
saber que Dios se muere, se resbala,
que retrocede con los brazos cerrados,
con los labios cerrados, con la niebla,
como un campanario atrozmente en ruinas
que desandara siglos de ceniza.
Es tarde. Sin embargo yo daría
todos los juramentos y las lluvias,
las paredes con insultos y mimos,
las ventanas de invierno, el mar a veces,
por no tener tu corazón en mí,
tu corazón inevitable y doloroso
en mí que estoy enteramente solo
sobreviviéndote.